Ese hombre que surca la mar al borde
de las olas y que oculta bajo el ala
del sombrero los ojos encendiendo otro cigarro
se hunde en el océano de lo que va pensando,
y lo lleva la marea de los ojos de ella velándose
de sombras proyectadas por cuerpos en tierra,
eclipsándose tal vez cuando mira el agua
de recuerdos, o disipándose como una gota
de sangre caída de una vida marcada
de ceniza entre venas y mares abiertas.
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