No, no quiero.
Puede que no sea el mejor lugar, o el mejor momento, pero
tengo que escribirlo. Escribirlo para quemarlo, pero escribirlo al fin y al
cabo. Gritarlo a quien pueda leerlo, dejarlo marcado dentro de mi, y que
después desaparezca. Olvidarlo. Estar en paz. Parece simple… Y en realidad lo
es. Ayer me di cuenta, ayer descubrí lo fácil que era, parado en una esquina,
desde donde no veía más que lluvia cayendo en el banco donde hace dos semanas
nos reencontrábamos. No te quiero. No me gustas. No me encantas. No serás tú
nunca más. No será un “ o me destrozas o te destrozo”. Ya no tiene sentido. No
me arrepiento de lo que hemos hecho, lo necesitaba. Lo necesitábamos, creo.
Éramos una cuenta pendiente, y las cuentas pendientes se saldan. Y se olvidan.
He quemado lo último que me quedaba de ti. No era mucho, lo admito, pero ya nos
habíamos dado demasiado. Demasiado, no todo. Se me hace extraño escribirte
esto, si lo hubiese hecho hace un año y medio la angustia no me dejaría seguir
sosteniendo el bolígrafo, y seguramente estaría escribiendo en otro tono. Pero
no. Estoy tranquilo, estoy pensando en cada palabra que pongo, en la siguiente,
y estoy bien. Supongo que es difícil imaginarlo, nos conocemos bien. Nos conocemos y te quise. Te quise mucho pese
a no ser nada el uno para el otro, y nunca me había pasado. Pero te quise. Y te
odié. Te odié de una manera que no puedes imaginarte. Pero ya no. Ya no te
quiero. Ya no te odio. Ya no nos
necesitamos.
Del colega anónimo
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