que al reflejarte se resquebrajaban
porque eras inconcebible, una musa
de monóxido, de veneno, de cristal
a trazos esparcido por la carretera.
Llevabas sueños en la tela del vestido,
quimeras en el cabello desplegado
al viento y en contra del viento,
y de los ojos destilabas la luz
de una farola, eras una pesadilla
tan dulce, un delirio de ginebra
y de acordes rotos de guitarra.
Y parecía que te apagabas
cuando te quitaste la ropa,
luego volvías a brillar
una vez y otra, y aún la ciudad
de espejos es el testimonio
de cuando te desnudas, pero quizá
aún parece que te apagas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario