Osavido



Aquella noche le estaba pasando algo. Caía una gota y golpeaba ruidosa contra el agua e instantáneamente se sumaba a ella, formaba parte de un todo. Unos segundos de silencio y otra gota comenzaba a asomarse al vacío: salía, permanecía suspendida en el espacio y lentamente caía hasta que chocaba contra el lago de agua estancada levantando una columna diminuta de agua, como un hilo, que pronto volvía a sumergirse. Una y otra gota caían lentas, ensordeciéndole, retumbando en el espacio. La continuidad de las gotas lo hacía implacable. Nada podía impedir que todos aquellos pensamientos pasasen por su cabeza. Su vida entera se le mostraba en imágenes: un relámpago traía imágenes de su infancia, de su adolescencia; se recordaba riendo, llorando, de todas las formas. Recordaba momentos buenos y momentos malos y miraba a Den. En ese momento, estaba sujetando a Den con ambas manos, para que no se le resbalase. Estaba empapado. Recordaba cuando su abuela lo bañaba y él reía sin parar por la vergüenza que le provocaba que lo viese desnudo. Miraba a Den, cerraba los ojos y se lo paseaba por la cara, por las sienes, por el cuello, se lo deslizaba desde la garganta hacia la nuca, sentía su tacto, se lo bajaba hacia el pecho y hacía lo mismo, se lo acercaba al corazón como intentando transmitirle algo. Recordaba el primer beso con la primera chica de la que se enamoró, el roce suave de sus labios, cómo sentía que su corazón se le salía por la boca. Pero todo, cuando lo piensas, tiene más de un sentido al mismo tiempo y recordaba también cómo de pronto ese amor que creía sentir se había ido disipando por culpa de los dobles sentidos. Las palabras lo habían traicionado. Cuando lo dejaron consiguió olvidarla, pero también recordaba cómo ella había vuelto a su vida, aparecía por segunda vez. Sentía la porcelana fría en su espalda contrastando con el calor de su sangre, sentía en las sienes cada latido, cada impulso sanguíneo. Sentía la paz y recordaba cómo le gustaba encontrarse solo, cómo en esos momentos era capaz de dudar si estaba haciendo lo correcto o si se había vuelto a equivocar una vez más. Recordaba aquellos momentos en los que se había sentido valiente, con fuerzas para retar al mundo, pero también aquellos en los que no se había sentido con ánimo de luchar contra nada. Recordó el accidente de bicicleta, recordó que, tumbado en el suelo, miró al cielo y se lo entregó todo por última vez. El cielo pesaba sobre él, ejercía una presión capaz de destruirle, sentía el vacío del universo dilatándose contra él, aprisionándolo. Sentía cada gota suspendida en el aire como las olas suspendidas en el mar, sentía cómo la tierra había dejado de dar vueltas alrededor del sol, cómo los asteroides en movimiento habían dejado de desplazarse y cómo el fuego convivía con lo que se acercaba a él. Sentía un relámpago eterno, que nunca llegó a apagarse. Sentía cómo por cada gota de agua suspendida en el aire, arrojada al abismo contra el resto de agua, había una gota más de sudor suspendida en su frente. El agua estaba helada, pero al contacto con su piel, nada hacía efecto; para él, cada vez hacía más calor. Con cada imagen que imaginaba, abría los ojos y estas entraban por su retina y golpeaban violentamente contra lo más profundo de su cerebro. Recordaba a sus amigos, recordaba cuántos buenos momentos había pasado con ellos, recordaba risas y noches de no dormir, también recordaba cómo había llegado a arrepentirse de haberse presentado a ellos el primer día que los vio. Su nuca se desconectaba, dejaba de emitir escalofríos al resto del cuerpo; ya no se erizaba su piel. Recordaba cuánto placer le regalaban ciertas cosas de la vida y recordaba cómo una y otra vez había renunciado estúpidamente a ellas, cómo posteriormente se había arrepentido y cómo más tarde de nuevo había vuelto a caer en los mismos errores. Hasta tan sinuoso empezaba preservado, como paños erosionados ostentados. Den lo miraba, pero no podía decir nada, era incapaz de hablar. Y entonces recordaba cómo existía antes de aprender a hablar, cómo las cosas significaban para él y cómo significaron luego, cuando aprendió a hablar. No había podido olvidar el habla, pero a vosotros solo os pedía una cosa y la repetía y la repetía y la repetía una y otra vez, en voz baja para no molestar a Den: salid o silencio, salid o silencio, salid o silencio…

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