Sé que ahora me pesa un poco el cuerpo y sé que es
porque me siento solo. Espero de corazón que se me pase, me gusta la soledad,
la necesito, pero empiezo a cansarme. Maldita suerte. Le sonrío con media
sonrisa al papel cuando lo escribo, como si te lo estuviese diciendo a ti.
Maldita suerte. Las palabras me van saliendo de los dedos como ramas, como
rayos, como pequeños y desbordados afluentes de mis penas. Panta rei, todo
fluye, ya lo decían los griegos, cuando les dejaban hablar. Pero es como si se
me hubiese estancado la pena, y es por la puta soledad. Al final todos estamos
solos, nacemos solos y solos morimos, como… lágrimas, como ahora ¿no? También
puede ser que me haya estado engañando, que todos seamos parte de lo mismo, que
no sea una ilusión estar juntos, que la ilusión sea la soledad. ¿Estaremos
todos en el gran océano de la muerte? Yo no sé si quiero ir a morir allí, si
está Mario no quiero ir. Tampoco sé si tengo opciones. Solo sé, y empiezo a
repetirme, que me pesa un poco el cuerpo y que me siento solo. Y empiezo a
dudar eso de que todo fluye, no debe de ser tan fácil si cada día regreso al
mismo sentimiento y el río no me limpia el pecho. Es una angustia que me
enfrenta al papel algunas tardes y muchas noches. Al menos le debo agradecer
eso.
Anoche soñé contigo, principito, y te me escapabas por
la arena blanca de una playa tan de mentira que era bonita de verdad. No era la
misma playa, pero tú estabas igual, y una iglesia al fondo, sobre un
acantilado, también blanca pero de cal, con una simple cruz en la frente, como los
hijos del coronel Aureliano Buendía. No he dicho en serio lo de que no quiero
ir si tú estás allí, lo he dicho sin pensar. La verdad es que pensamos poco, o
el problema es que seguimos sabiendo poco. Sabemos muy poco. La gente apenas se
conoce, digo conocerse a mirarse a los ojos y no verse reflejado, a meterse
hasta el fondo. Y cuando hablamos… nunca salen las preguntas precisas y nunca
llegan las respuestas exactas, solo balbuceamos en esto de conocernos. Igual
follando se me pasa el malestar, yo que sé… No es tan mala la tristeza… aunque
me vendría bien un abrazo, uno de los tuyos quizás me calentase un poco el
cuerpo y me abriese un poco la boca. Todo lo que pido, como veis, es un poco. Sabes,
ahora pienso que el problema no es ese, no es que sepamos muy poco. Como diría
el gran Silvio: “el problema, señor, sigue siendo sembrar amor”. Me voy a
quedar con esa idea, de momento.
A pesar de todo siento una paz infinita cuando escribo
y cuando te escucho cantar, oculto en el fondo de los bares. No me importan las
pequeñas herejías que a cada rato se cometen. Son humanos, tosen, se mueven,
hacen ruiditos… habrá que perdonarles. Pero algunas veces consigo aislar tu voz
sola en mi cabeza. La voz se te suspende unos segundos vibrando suavemente,
como una cortina de espuma blanca sobre una ola. Y de nuevo regreso al mar, a
la playa, a la iglesia de cal al fondo, en lo alto del acantilado, en el último
peldaño terrenal de ese sueño. Y te giras a mirarme, mientras caminas descalzo
sobre la orilla. Aunque solo sea por eso…
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