Riberas

El camino al sur siempre fue difícil. 
El sur de tu sur es mi sur. 
Y allá no llegan las lluvias de abril. 
Cómo no ser exceso y exhibición si las montañas en que nací estan desnudas y yermas,
que verdes solo tienen los ojos
y la tierra roja de ese cauce se tragará algún dia, pronto, a mis vivos y mis muertos. 

Que por yo comer les riego a otros las entrañas y mientras, aquí lejos, se mueren de sed y llanto mis lirios. 
Que el progreso, aunque nímio, llega al norte y es tan norte que el agua bendecida se escurre entre las raíces. 
Porque el norte da hambre y comida, sed y fuegos articiales.
Y yo solo quiero ver bailar ese sol desde mi ventana. 
Poder acariciaros los rayos desde aquí. 

Que no vuelvo yaya, que no. 
Que el norte me da qué comer y qué soñar.
Aunque también me dé sueño, frío y nudos de maletero.
¿Y si soy  la tocada por la Luna de Valencia?
Como tú, como ella. Como cualquiera que la vea.
Porque de Sants a Valencia hay un camino estrecho y lleno de curvas que se enrrollan en el cuello y te ennudan la garganta.

Y vuelve luego tú morada, sin caudal pero llena de playa y rio. 
Y vuelve tú al humo negro de los golems y a las políticas del cambio. 
Y cómo no recordar con saliva viva la piel quemada de mis abuelos que en el sur de mi sur se tostaban después de años de trabajo. 

Que esto es la mierda del tiempo y sus éxodos.
Que con las olas volvelé, yaya, volveré.
Y correré dorada por tus valles y riberas y los rios secos fingirán corriente por verme bailar. 
Y te levantarás de tu silla de virgen y me verás sembrar tus pozos.
Que aquella luz no tiene plagio ni sombra y es imposible beber más dulce que allí.

Espérame con la silla en la puerta, pasando la noche a la fresca. 
Que la niña llega. 
Ya llega.