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Dormir en el aeropuerto se puede un rato, no más. El resto del tiempo una se lo pasa tejiendo telas de araña, mapas de vuelos, organigramas de desconocidos. Suenan las toses de los vagabundos con más Diógenes que piojos que ya no vagan y deciden dormir entre puntos geográficos. Vagabundos de clase alta, de clase business como gustan llamar en estos barrios, con luz, baño y, en los mejores casos aeroportuarios, duchas. Nadie puede echarles, quién sabe si mañana efectuarán ese lógico viaje y quedará demostrada aquella historia de que sí, que tengo casa y familia pero sufro una terrible y extraña enfermedad que me hace extremadamente vulnerable a los cambios bruscos de temperatura, y claro, a eso los agentes (del orden, no patógenos(por suerte para nuestros vagabundos)) no tienen con qué contestar porque todo el mundo sabe que al bajarse del avión cualquier cosa puede ocurrir, que tras montar en Zurich y bajar en Managua (con sus correspondientes escalas y escaleras) uno desee que lo desplumen como a un pollo pasado de moda o que por el contrario, si se realiza un vuelo desde Asunción a Reikiavik, no haya manera de conseguir que el viajero salga del avión y afronte la tempestad de su nuevo afuera, (por favor, el caballero del asiento 27c, le ruega el comandante que desaloje la cabina de vuelo, las azafatas y demás miembros de la tripulación incluida esta voz en off tienen programada una fiesta sexual antes del próximo vuelo, le aseguramos que tampoco está tan frío afuera) ((Jamás crean a nadie cuando utilice la siguiente colocación, "tampoco + estar + tan+ frio/caliente", aviso, peligro de muerte.)) Muerte, ese es el peligro que aseguran tener nuestros vagabundos al sacarlos de su hábitat y, cual especie en extinción en la era del avance y el incremento del bienestar, hemos de protegerlos.

Y luego te paras a pensar y descubres (pero solo en las inmediaciones y territorios aeroportuarios) que los tiempos no son tan malos, y respiras, y que uno al final acabará encontrando trabajo, y respiras, si no en tu país en otro y si no entre medias de todos, osea, en aeropuertos, y no nos olvidemos de respirar de nuevo. Y esta relajación de los esfínteres viene provocada por la evidencia de que hasta el más curioso espécimen encuentra labor en el aeropuerto. Esto le ocurrió a aquel fanático del sadismo sexual, aquel que consiguió que su fetiche, el de envolverlo todo con plástico de film llegara a dimensiones aeroportuarias, hasta el mismísimo asunto maletario. Supongo que sería en algún aeropuerto alemán, no sé por qué los alemanes me resultan los más fácilmente imaginables en estos contextos, la piel muy blanca y los pezones muy rojos, aunque claro, no estoy descubriendo América en esto del agradable carácter alemán.

Pero estudiemos el siguiente patrón:



Les dejo pensando. La del círculo soy yo escribiendo, aunque ahora que lo veo salgo un poco bidimensional, fallo en las luces, como siempre.

¿Será posible? Aquí nadie recoge a sus pasajeros, parece  no quererlos nadie… (No me incluyan, a mi me quiere todo el mundo, estoy metida en la escena por puro afán empiricodiscursivo). Por cierto, olvidaba decir que el patrón anterior son pasajeros (desvalidos) durmientes en sus cómodas tablas de planchar que alguien acostumbra a llamar asentaderos.

“¿Puedo mandar un saludo a mi madre?”(Acabo de recordar que nunca tuve la oportunidad radiofónica ni televisiva de hacer ese comentario tan inteligente).

Si uno se dispone a pasar la noche en el aeropuerto debe tener en cuenta dos cuestiones de suma importancia. La primera y menos importante es tener el equipaje esposado a un tobillo, no cabe otra posibilidad, es necesario arrastrarlo como preso de dibujos infantiles, y por otra parte, y esto es ineludible, uno ha de tener claras sus jerarquías sensoriales, la mayoría de los aquí presentes las tienen. Me explico: hay quien al dormir pondera como importante el oído, y lo obstruye con todo tipo de artilugios dejando desamparada a la vista, teniendo esta como único refugio unos insuficientes párpados hinchados. Por otro lado, hay quien ve ineludiblemente necesaria la más completa oscuridad y eleva una montaña de prendas de vestir por encima de su cabeza, a modo de cueva platónica y simplemente reza porque la tos de aquellos vagabundos de business class cese en un súbito y somnífero  morir. No obstante, hay quien osa no tener clara esta jerarquía sensorial, y claro, ocurre la fatalidad, estos señores pasajeros (futuros autistas) deciden dormir con tapones, con cascos encima de los tapones, con alzacuellos encima de los cascos encima de los tapones y también con gafas de sol, con antifaces encima de las gafas de sol, con gorras encima de los antifaces encima de las gafas de sol Y NO SOLO ESTO, sino que contraen el resto de poros de su cuerpo en una posición fética que solo deja al descubierto una zona,  y aquí viene la fatalidad, el castigo por su pecado, por su indecisión, por su falta de jerarquías: como niños recién nacidos, desvalidos y desamparados quedarán toda la noche, expuestos a las toses vagabundas los destemplados riñones…no, por favor, no…no llamen a las abuelas, no les demos mayúsculo espanto.

Por cierto, ya resolví el patrón anterior, mi propuesta es esta, ¿cuál la suya?:




La cuestión es que estas líneas se están alargando y yo aún no he empezado a decir nada con sentido, pero es que para no perder la costumbre no pienso empezar ahora, además, visto como está el mercado hoy en día yo creo que para el premio Nobel ya da, así que simplemente recuerden lo importante de tener claras las prioridades en esta vida nocturna aeroportuaria y crucemos los dedos de los pies para que entre las tasas y las toses no acabe muriendo alguien y vague su cadáver circular y eternamente en la cinta transportaequipajes. Lo cómico y lo macabro se fusionarían y explotarían tan salvajemente que la imagen tendría repercusiones políticas y a nadie le gustan los políticos, nunca saben cómo estafar con el estilo de Brad Pitt en Ocean's Eleven. Imperdonable. 


“Pero, entonces ¿puedo mandar un saludo a mi tío el del pueblo?”. 


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