El hombre del gabán 5



El hombre del gabán regresó al Parque del Retiro cuando “el sol del lobo” estaba en lo alto. Así llamaba a la luna un tío suyo, ruso, Shújov, eso se decía en la familia, que era ruso. Pero su tío Shújov nunca afirmó tal cosa.

Fue contemplando la luna, fue por un fuerte dolor en el pecho, fue por un fuego en la fuente del alma, fue la funesta soledad del hombre, frente a frente, fue finalmente una flor, finalmente, en la memoria. Y solo entonces recuperó aquella voz, apenas unos segundos, que estremecía su cuerpo con la metáfora. No recordó nada más, “el sol del lobo”, y el pasado calló de repente y lo dejó sumido en una extraña tristeza. Él era un lobo. Él era un lobo aullando a la luna. El mundo le devolvía un ruido de fondo. La culpa se infiltraba entonces en el pecho, el aire en los pulmones, el aliento, le pesaban, y una mano invisible le oprimía el corazón. Sentía el cuerpo estrangulado, y se dijo, no sabéis con que fuerza lo dijo, que no podía vivir así. Se convenció allí mismo, dejaría de aullar a la luna, y tal vez, con el tiempo, volvería a ser feliz, o al menos sofocaría aquel ruido de fondo. Lo primero debía ser eso, ser feliz quedaba ahora tan lejos… Pero no podía renunciar a una paz relativa.

Sabía que la justicia no era una ley natural. Mucha gente moría en el mundo de forma injusta, se dijo eso, y se preguntó si la muerte tenía algo que ver con la justicia. Él mismo no merecía vivir. Si de verdad la justicia no fuese meramente una concepción humana, un rayo lo hubiese partido en dos, y viviría demediado en el otro barrio desde hace mucho tiempo. O la policía lo hubiese apresado y ajusticiado (vaya una palabra), restableciendo el orden. Pero la realidad es menos poética, y esa era su irrenunciable oportunidad: agarrarse a los límites de una vida tranquila y no soltarse hasta el final del trayecto. De lo contrario no lograría el descanso, y como Sísifo, se vería condenado a arrastrar eternamente su aullido hasta la luna. No estaba dispuesto. No con la fría mirada de aquel ojo de plata en la noche. “El sol del lobo” devuelve el aullido y es el jodido ruido de fondo lo que se escucha. No estaba dispuesto.

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